Como nuez caída del árbol,
así me dejaba llevar por otras voces,
gestos, miradas, palabras,
ausencias y presencias que me vestían eterna en traje de noche.
Respiré.
Tomé aire consciente de la vida entrando en mí,
lo dejé marchar y con él algunas cicatrices de la mente,
sentí que mi paso se hacía más ligero,
en cada expirar soltaba marcas de un ayer que llegó a ahogarme.
Respiro. Agradezco. Lato. Siento.
El rostro del espejo con los rasgos de los años brilla lo que en jóvenes momentos era a tiempos flor marchita.
Viví aletargada, si vivir en propio cadáver que aún respira, merece el uso del verbo que nos permite ser.
Tomé otras fuentes,
agua resbalaba por mi cuerpo y mi garganta para renacerme,
sudé cenizas y temblé con la nueva savia que recorría cada uno de mis cuerpos,
de dentro afuera,
como licor que explota en la boca y arrasa todos los sentidos,
así me embriagué de mí y empecé a abrazarme.
Aún a veces me reprocho,
pero los amores que tengo conmigo inundan el plexo y se fugan en los destellos de mi mirada.
Alas de ángel.
Seres de luz.
Tardes paseando en un tacto que crea amor y dulces bocados a una existencia que puse del revés.
Quizá ya no me conozcas,
soy la de hadas y duendes,
colibrís en la ventana,
mariposas en la senda,
y risas en el ombligo.
Quizá no soy ya de tu gusto,
pero ahora, el gusto es mío.
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